"San Manuel Bueno, mártir" y la voluntad humana

La conocida nivola de Unamuno nos cuenta la historia del párroco don Manuel y su pueblo, Valverde de Lucerna. Don Manuel es conocido por su gran bondad, integridad, cercanía y amor incondicional a todos los habitantes de su comarca. A lo largo de los años este personaje se gana el corazón de todo el mundo, incluido el de Lázaro, un joven progresista y ateo, hermano de la protagonista y narradora de la historia, Angela.

El nudo o conflicto de esta novela es un mal que aqueja a don Manuel, y es que, de forma paradójica, aun siendo un sacerdote ordenado, no cree en Dios. Solo le desvela esto a Lázaro, con quien consigue mantener un fuerte lazo personal con el tiempo. Gracias a estas conversaciones sabemos que el cura ha mantenido el secreto por el bien de su comunidad y que ha hecho un gran esfuerzo durante años para no ceder ante la sensación de que les estaba mintiendo a sus feligreses.

De la historia de don Manuel podemos extraer dos reflexiones:

La voluntad de don Manuel

“Doblepensar” significa el poder de mantener dos creencias contradictorias en la mente simultáneamente, y aceptar ambas.

1984, G. Orwell

 La historia del sacerdote Manuel ciertamente me ha recordado, automáticamente, al protagonista de la novela distópica del inglés G. Orwell. En su novela, el protagonista, Winston, también tenía que aceptar dos realidades contradictorias en su mente. En su caso, eran visiones políticas y morales (la bondad y la maldad del Gran Hermano), pero los efectos que esta costumbre tuvo en su mente fueron muy desgastadores, como ocurrió en el caso de don Manuel.

Este ejercicio de estoicismo hizo que me acordara también de mis lecturas sobre el emperador filósofo Marco Aurelio. En el caso de don Manuel, la tempestad que tuvo que aguantar fue la de sus adentros, provocada por la contradicción entre ser ateo y ser un sacerdote aparentemente creyente.

  Sé como un promontorio contra el cual vienen a estrellarse continuamente las olas del mar: siempre inmóvil, a su alrededor la furia se hace impotente.

Meditationes, Librum IV;XLIX. M. Aurelio

La voluntad del pueblo

Además del carácter del propio Manuel, me pareció interesante la apreciación que hace acerca de la religión. Don Manuel ve todas las ceremonias y creencias católicas como una simple forma de mantener la esperanza, de agradecer a alguien cuando las cosas salen bien o de pedir ayuda a un ser protector cuando tenemos mala suerte. Él opina que, si la gente dejase de creer, todo sería un completo caos ya que la fe en Dios es lo que ayuda a las personas a seguir adelante.

En una parte de la nivola, Lázaro le pregunta a Manuel acerca de la reacción de la gente del pueblo si este les dijera que Dios no existe. Responde que, aunque podría generarse un sentimiento de depresión o decepción vital, lo más probable es que no le creerían, porque lo que todos ven en el sacerdote son sus actos y no sus palabras. Es tan querido por su pueblo precisamente porque no se limita a leer versículos de la Biblia, sino que pone en práctica las enseñanzas de Jesús. Esto es también una costumbre típicamente estoica muy recalcada por Zenón de Citio, padre de esta corriente filosófica helenística, cuya doctrina se basa en la conducta lacónica (hacer mucho y hablar poco) y en el respeto por la Naturaleza, por el medio y por el prójimo.

Hay individuos que cuando hacen un favor a su prójimo se apresuran a echárselo en cara. Algunos no llegan a este extremo; pero en su fuero interno consideran a su favorecido como un deudor, y siempre tienen presente el servicio que le han hecho. Otros, en fin, ignoran al parecer hasta el favor que han podido prestar, del mismo modo que la viña no exige nada por haber llevado la uva y se halla, por el contrario, muy satisfecha de haber producido el fruto que le correspondía; como el caballo que ha dado una carrera, como el perro que ha levantado la caza, como las abejas que han elaborado la miel. El verdadero bienhechor no reclama nada, sino que se prepara a otra buena acción.

Meditationes, Librum V;VI. M. Aurelio

Los elementos simbólicos

Mientras leía la novela advertí que algunos nombres y lugares podían tener ciertos simbolismos, aunque podrían ser perfectamente invenciones mías. Lo primero que pensé fue que Manuel es un nombre hebreo, y que, según el Evangelio de san Mateo, el ángel que visitó a José le dijo que el nombre de Cristo sería Manuel. Es curioso porque Manuel significa, casualmente, “Dios con nosotros”. Es posible que Unamuno eligiera el nombre de Manuel por este motivo.

También Lázaro es un nombre ligado no solo a la Biblia, sino a la persona de Cristo. Las Sagradas Escrituras dicen que Jesús revivió a Lázaro, convirtiéndose este en uno de los milagros más famosos del profeta. De igual manera, en la novela se dice expresamente que la gente de Valverde de Lucerna consideró un milagro que don Manuel lograse que Lázaro entrara a misa. De la misma forma que Cristo también le devolvió la vida o la esperanza de vivir cuando consiguió que creyera nuevamente.

Otro elemento de la narración que pienso que es otro símbolo es el sitio al que va a reflexionar Manuel tanto solo (al principio de la novela) como con Lázaro. Es un rincón del término de Valverde en las ruinas de una abadía abandonada a la orilla del lago. En todas las culturas humanas a lo largo de la historia, el agua se ha identificado con la pureza de espíritu, la sabiduría, la vida y la destrucción del mal (en todas las religiones existe el mito de un diluvio universal). Muchas veces, los grandes cuerpos de agua también eran considerados, por esto mismo, sitios sagrados, sobre todo cuando se encontraban a gran altura y próximos de montañas, que son símbolo de cercanía a los Cielos o a la Divinidad. La abadía destruida se encuentra casualmente en esta conjunción de elementos sagrados, y vendría a representar el fin (el “asesinato de Dios” expuesto por Nietzsche) o la falsedad de la religión cristiana.
Rodrigo Vidal Sprenger
2º Bach. A

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