La ladrona de libros

La ladrona de libros, Markus Zusak. 
Editorial Lumen, 2014

Una niña, una madre y un cadáver esperaban junto a las vías, con una expresión vacía en el rostro. Liesel Meminger observaba el pequeño cuerpo de su hermano, sin poder olvidar las toses en el vagón y sus ojos abiertos, ya sin vida. Ese día, robó su primer libro.
En un mundo en guerra, sin alimento ni esperanza, lo único que les queda a los más desfavorecidos es dar en acogida a sus hijos.
Poco después del incidente del tren, Liesel Meminger llegaba a Himmelstrasse, su nuevo hogar, con su nueva familia, los Hubermann.
Sumida en la tristeza y la nostalgia, Liesel tenía que luchar cada noche con unas pesadillas que la atormentaban y solo Hans Hubermann era capaz de calmarla entre sus brazos, con ayuda de su acordeón.
Rosa Hubermann, en cambio, era una mujer como un armario, grande y ruda, que pocas veces animaba a la niña, pero cuando la abrazaba, esta se enternecía.
Al principio, incapaz de leer, notaba como todos se reían de ella. Todos menos Rudy, el niño de pelo cobrizo que la acompañaba a todas partes y le pedía besos, el niño con quien robó, corrió y repartió pan.
Los libros buscaban su atención, sus manos actuaban antes que su cerebro, y pronto Liesel se convirtió en la ladrona de libros. El libro de la hoguera o los que cogía de la biblioteca del alcalde, todos servían a la insaciable muchacha.
Adoraba las palabras, entre otras cosas porque unieron su destino con el de Max Vandenburg, un judío al que los Hubermann habían acogido en su sótano.
Entre el caos y el miedo, la atroz sensación de que los nazis se llevarían a su amigo imperaba, y, refugiados durante los bombardeos, Liesel no dejaba de pensar en Max atrapado en un profundo sótano, donde no aguantaría un ataque.
La vida de Liesel continuó su empedrado camino y tan solo las palabras consiguieron mantener la cordura de nuestra ladrona.

Carla Díaz Sánchez, 1º Bach. A

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