Relato: La pluma de los muertos

La pluma de los muertos

(De Alba Calvo Cuadrado, tercer premio de la fase provincial del Concurso de Jóvenes Talentos de Relato Corto de Coca-Cola 2021)

Álvaro escribía para que no le controlasen; siendo él el autor, nadie podría. Dibujaba un cómic, de momento sin final, ese día iba a terminarlo. Así hubiera sido si ella no hubiera aparecido.

Con pelo largo, negro y liso, unos ojos en los que uno se podía ver reflejado de lo negros que eran, y una blanca tez. Llevaba uniforme de un instituto privado, con colores verdes y negros y unos zapatos de charol impecables. Así era la chica que estaba al cruzar la calle cuando salió de casa. Marlene, pensó Álvaro, la villana de su cómic. Antes de que él pudiese reaccionar, la muchacha le miró y, sintiendo un fuerte impacto, todo su mundo se fundió en la oscuridad de sus ojos -Vamos, despierta - le susurraba una voz al oído.

Álvaro sacó fuerzas para abrir los ojos, encontrándose con una extraña situación. Estaba tumbado en un bosque, sobre la fría hierba. Quien le había despertado era el héroe de sus cómics, o por lo menos las similitudes que tenía éste con sus trazos eran gigantescas.
Ojos verdes y pelo rubio, vestido con una armadura plata y sujetando una espada.

-Por fin te despiertas, ya me estaba alterando. Vamos que no tenemos tiempo- y de esta manera, emprendió́ su camino.

Álvaro siguió sus pasos tropezando con la armadura que él también vestía. Mantuvieron una conversación bastante activa durante el camino. Pronto comprendió́ que le estaba contando la historia que él mismo había escrito; y este, sin duda era Matías, pero le faltaba un detalle para confirmar su teoría.

-Sí, vale -afirmó el recién llegado- entiendo que tengas que derrotar a Marlene y salvar el mundo; pero, recuérdeme una cosa, ¿quién soy?

- Jamás pensé que tu humor pudiera ser tan descarado compañero -comentó a carcajadas Matías - quién vas a ser sino el único, el inigualable Pablo, matador de asesinos, secuestrador de estrellas, entrenador de dragones...

Y el que muere, pensó́ Álvaro. Pablo moría en la pelea contra Marlene. Tenía que salir de allí, estaba atrapado en su historia, como había pensado.

Reconoció la página de su cómic donde estaba, la 48. Después de esa página... Intentó recordar qué seguía, pero se le hacía borroso, cierto era que había arrancado algunas páginas porque no le gustaban, pero se había quedado después en...

- ¡El castillo de Marlene! -gritó Matías, y como era de esperar, salió corriendo hacia él.

Las piernas de Álvaro se movieron solas, la historia ya estaba escrita y él no era más que un personaje con un final escrito.

Como el cómic dictaba, ambos se abrieron paso por los pasillos del tétrico palacio, llegando así al salón central. Construido con mármol negro y huesos humanos. En el medio, tendida sobre un trono, Marlene. No llevaba puesto el vestido original, sino el uniforme del instituto con el que había visto a la chica.

Empezó la pelea tal y como marcaba el cómic de Álvaro; sin decir palabra, todos empezaron a luchar y él, en un punto, recibió un golpe en el pecho que le llevó a su destino.
Si hubiera podido hablar, lo hubiera hecho; si hubiera podido respirar, también.

Lo último que sus ojos admiraron fue la cara de Marlene, su cruel sonrisa y el sonido de sus zapatos de charol.

Fue encontrado después, como a los 30 minutos del accidente, sus abuelos estaban rotos de dolor. Álvaro había sido atropellado por un coche mientras cruzaba la calle. No había habido testigos de lo sucedido, el conductor se había escapado, y nada se pudo hacer.

Se estimó que estuvo unos 15 minutos moribundo, donde alucinó y no sintió́ dolor, eso liberó parte de la angustia a sus abuelos.

Enterrado en el cementerio de la ciudad, Álvaro recibió despedidas emotivas e inspiradoras, pero sin duda la que más le sorprendió fue la de una muchacha con pelo y ojos negros, y con zapatos de charol, que ahora tenían unas pequeñas gotas granates que nadie pareció notar. Siendo desconocida por todos, fue escuchada como ninguno:

-Él quería escribir historias para no ser controlado y estas le controlaron a él. No escriban con la pluma de los muertos, pues escribirán su destino.

Dicho esto se sentó.

Nadie entendió nada, nadie menos su abuela, que por alguna razón sabía que la pluma de su nieto fue la que su hijo utilizaba para escribir, y la que sobrevivió́ al accidente. La muchacha con zapatos de charol zafó la pluma. No había viajado dimensiones y encubiertos asesinatos para que le arrebatasen la pluma de los muertos, su único acceso al mundo real. Volvió́ a su historia, todavía sin final, dispuesta a escribirlo ella misma.

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