San Manuel Bueno, mártir

San Manuel Bueno, mártir, 

Miguel de Unamuno, editorial Anaya, 2004


Miguel de Unamuno fue una de las figuras más representativas de la Generación del 98. Su espíritu polémico, inconformista y contradictorio se refleja en sus obras, con las que pretendía despertar las conciencias de sus compatriotas. Toda su producción gira en torno a sus preocupaciones regeneracionistas y existenciales. Así, su vida fue una permanente lucha (agonía”= lucha, en griego) y él por tanto un “agonista”, como los personajes de sus novelas, marcado por el ansia de saber y por su infatigable labor como hombre público y como escritor.
Esta nivola narra la historia de don Manuel, un párroco incapaz de creer en la salvación después de la muerte. Sin embargo, mediante todas sus acciones, consigue mantener engañado a su pueblo para conseguir que ellos no conozcan su realidad. Un día vuelve Lázaro al pueblo y, con su escepticismo, consigue arrancarle la verdad al párroco. Lázaro comparte esta verdad con Ángela, su hermana. Tanto don Manuel como Lázaro mueren, pero dejan a una vieja Ángela, debatiéndose sobre sus creencias.

Ángela Carballino, perseverancia en la fe

Este personaje tiene una gran importancia dentro del relato debido a que forma parte del trío de protagonistas de la historia, además de ser la narradora de la “nivola”: el relato son sus propias memorias, encontradas por el novelista, según se cuenta en el epílogo.
Ella es la única de los protagonistas que niega que no exista otro mundo pos mortem, tema que no le resulta sencillo y le genera dudas, debido a dos causas: el ateísmo de su hermano y las confesiones que va obteniendo de don Manuel.
A diferencia del resto del pueblo que cree por ignorancia pura y dura, Ángela ha tenido la suerte de tener unos estudios en un colegio regido por monjas, lo que le da unos conocimientos. Pero creer en la salvación no es estar seguro al cien por cien, es un acto de fe, es una vivencia personal.
Esta mujer encarna la personalidad que Unamuno anhela. Mientras él se debate entre el deseo de creer por un ansia de inmortalidad y la falta de fe, ella, a pesar de la falta de fe en un sacerdote que es inspiración de todo un pueblo, aun con dudas, cree, como se puede leer en los últimos párrafos del libro:

”y es que creía y creo que Dios Nuestro Señor por no sé qué sagrados y no escudriñaderos designios les hizo creerse incrédulos […] ¿Y yo, creo?”.

David Montagut.
2º Bach. C

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