El capitán Alatriste

El capitán Alatriste,
Arturo y Carlota Pérez-Reverte.
Editorial Alfaguara, 2015

“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”.

El capitán Alatriste, la obra más conocida del autor español Arturo Pérez Reverte, se inicia con estas famosísimas palabras que ya desde un comienzo introducen al lector en una sociedad de duelos, de cuchilladas por la espalda, de amores demoniacos y de versos punzantes de poetas dolidos por la ya decadente España.
Diego Alatriste y Tenorio, más conocido por el sobrenombre del capitán Alatriste, es un viejo soldado de los tercios de Flandes, obligado en los años de tregua a malvivir como espadachín a sueldo en el Madrid de la época, capital de una nación en crisis, corrupta y fatalmente despreocupada.
En su azul, fría y machacada mirada guarda con resignación el dolor del campo de batalla, de la empuñadura de una espada, de la sangre ajena reseca en la piel de quien inconscientemente mata.
Forzado a desoír sus instintos y sus principios, el capitán se ve inmerso al comienzo de la obra en una conspiración para matar a dos nobles extranjeros herejes. Sin embargo, en plena emboscada en noche cerrada, sus ojos turquesa se encuentran con la mirada noble y abnegada de su víctima, y su mano no puede más que apartar el filo de la espada y ayudar a aquellos que en la tumba iban a haber pagado su tajada.
A partir de esta decisión humana, Alatriste pasa a formar parte de un entretejido de presiones políticas, de ambiciones amorosas y de obligaciones inquisitoriales, que el lector, tan ávido como el capitán de respuestas, va descubriendo y en las que se va sumergiendo; y que yo, no queriendo desvelar, mantengo en el anonimato para que cada cual pueda saborear en su máximo esplendor y gracia.
Sin embargo, en esta reseña, sí quería hacer hincapié en ciertas palabras que el poeta Francisco de Quevedo suelta ensimismado y con pesadumbre a mitad de la obra conversando con el capitán:
“ - No queda sino batirnos. […]
- ¿Batirnos contra quién, don Francisco de Quevedo? […]
- Contra la estupidez, la maldad, la superstición, la envidia y la ignorancia -dijo lentamente, y al hacerlo parecía mirar su reflejo en la superficie del vino-. Que es como decir contra España, y contra todo.”
En estas palabras se esconde un rencor y un dolor que el narrador, Íñigo de Balboa, nos explica como un desamor tremendo del poeta con España, con esa España cuyo poderío ha comenzado ya su caída en picado sin paracaídas alguno. Esa España cuyos gobernantes, siguiendo la tradición, corrompen y abandonan a su suerte y a la de sus ciudadanos. Esa España en la que la ignorancia juzgaba, la superstición dictaba las leyes y la maldad las ejecutaba.
Esta época se ha venido a llamar más adelante el Siglo de Oro porque, como insiste el narrador, cuando alguien lee un poema de Lope, de Quevedo, de Góngora, o se para a contemplar las maravillas de Velázquez, es imposible negar que en esta época el arte bullía y florecía como las flores en marzo.
Sin embargo, me gustaría mostrar como, pese a todo este indudable arte, cada poema, cada novela, cada cuadro, es también consecuencia de un país degenerado y del sufrimiento de toda una sociedad; no solo de las supuestas victorias de España que terminaron con la vida y la familia de varias generaciones.
Así se refleja en el poema “Poderoso caballero es don dinero”, en el que Quevedo muestra la importancia del dinero y deja entrever la injusta y desigual sociedad de estos tiempos. De igual manera se observa en la pintura de Murillo Niños comiendo uvas y melón, o en la obra de El Lazarillo de Tormes.
Desde mi punto de vista, además de una increíble y muy entretenida novela, El capitán Alatriste es también un espejo de la sociedad de aquel entonces. De la angustia de las guerras y de sus consecuencias para familias como las del narrador, para personajes como don Diego Alatriste o para toda una sociedad. De la implicación de los intelectuales, de la vida paralela de las clases altas, de la violencia de las calles, del poder y la manipulación de la Iglesia, de la falta de honor, de compasión, de respeto, y en definitiva, de humanidad.
Blanca Fernández Galán
1º Bach. B

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