Taller de escritura 2º ESO

EL TESORO MALDITO

El 1 de mayo de 1478, el día en el que me enrolé en esa tripulación, no se me pasó por la cabeza que fuera a vivir una aventura. Todo empezó porque estaban buscando tripulación para una expedición a unas islas cercanas, y como decían que pagaban bien, decidí unirme.

El primer día en el mar no estuvo tan mal. Era un barco mediano, con una tripulación de treinta hombres aproximadamente, entre los cuales me encontraba yo. Dado que el viaje sería corto, había poca comida y poca agua. También conocí a varios compañeros, como José.

En cambio, el segundo día nos asaltaron los piratas. Estábamos muy lejos de la costa, y la mayoría dormíamos, por lo que no nos dimos cuenta hasta que fue demasiado tarde para hacer nada más que rendirse. Todos estábamos aún atontados, y cuando los bandidos entraron, sólo teníamos la opción de entregarnos. Nos subieron a su barco y nos dijeron que nos venderían como esclavos en algún remoto país. Pero, tras una semana de travesía, nos vimos atrapados en un torbellino que nos hizo naufragar en una isla desierta. La mayoría de la tripulación, tanto de la que me enrolé voluntariamente como la que no, había muerto o desaparecido. De sesenta que éramos inicialmente tan solo quedábamos diez, entre ellos José, mi nuevo amigo, y el capitán pirata, llamado Luis. Uno de los marineros vivos tenía una pierna rota, así que tuvimos que buscarle un cayado. A unos cien metros de donde estábamos había una enorme calavera, a la que decidimos acercarnos para refugiarnos. Para nuestra sorpresa, en el interior había un galeón de madera podrida y moluscos incrustados entre las tablas. El capitán decidió que todos durmiéramos bajo cubierta, en un camarote común que no estaba en demasiado mal estado, menos él, que dormiría en el camarote principal.

A la mañana siguiente, nos despertó a todos con un potente grito:

-  ¡Marineros! En este barco había un mapa del tesoro, gracias al cual me haré rico. Si me ayudáis, tendréis la oportunidad de volver a casa sin ser vendidos, además de una bonita anécdota. El recorrido parte de este lugar, la Calavera del Ahorcado.

Evidentemente todos respondimos que sí, que por supuesto que le ayudaríamos, lo que fuera con tal de conservar la vida y la libertad. De modo que unas horas mas tarde, tras registrar el barco y pertrecharnos con todo lo que pensábamos que podría sernos útil, nos encaminamos a la aventura.

Al medio día estábamos todos bastante irritados, pues no parecíamos llegar a ninguna parte y sonaba sin cesar un ruido ensordecedor y constante, que casi parecía de pasos, la diferencia era que no parecía moverse de donde estaba. Tras escalar un montículo que nos tapaba la vista, nos quedamos todos boquiabiertos, menos el capitán, que rio ante nuestra perplejidad.

-  ¡Marineros! Nos encontramos ante los Picos Chocantes, que hemos de atravesar para llegar al otro lado. Por suerte, el sendero que la atraviesa no es muy largo y tarda un poco en cerrarse, pero igualmente debemos darnos prisa.

Desde luego, el nombre se lo merecía, pues eran dos altísimos, aunque estrechos, picos de granito que chocaban entre ellos. Se me ocurrió buscar otro camino, pero rápidamente me di cuenta de que aquello era imposible, pues los dos picos estaban rodeados de muros casi verticales. Nos sentamos para discutir la estrategia a seguir, y a media tarde decidimos que lo único que podíamos hacer era correr y confiar en ir lo bastante rápido. En cuanto al marinero herido, tenía que quedarse donde estábamos. El capitán parecía nervioso, pero se limitó a tirar un poco de uno de sus brazaletes de cota de malla y aceptar el plan. Nos acercamos a las rocas, se cerraron, y cuando empezaron a abrirse de nuevo, echamos a correr todo lo rápido que pudimos. Llegamos al otro lado de puro milagro. Cuando nos repusimos un poco, nos pusimos en camino al siguiente punto señalado en el mapa: el Palmeral Sombrío. Llegamos al anochecer y acampamos. Al día siguiente nos despertamos y atravesamos la fronda sin demasiados contratiempos, por lo que pudimos llegar a la Laguna de las Sirenas. Podíamos atravesarlo o rodearlo, pero en rodearlo se tardaba demasiado, y además había una balsa al lado, por lo que decidimos cruzarlo. La ribera se veía más o menos cerca, por lo que no nos inquietamos demasiado. Sin embargo, al internarnos un poco, aparecieron unas hermosas mujeres que cantaban. No se les veía la parte de abajo y parecían poder sumergirse sin problemas, por lo que debían de ser sirenas que trataban de atraernos a nuestra muerte; sin embargo, su canción nos había hechizado. Solo cuando una de ellas agarró al capitán y lo hundió en el agua pudimos librarnos del embrujo.

No tratamos de rescatar al capitán porque nos había querido vender además de quedarse todo el tesoro. Tratamos de llegar rápidamente a la orilla, por si ellas volvían a aparecer, cosa que no hicieron, debieron quedar satisfechas con uno de nosotros. No habíamos recuperado el mapa, pero mi amigo José lo había visto y sabía mas o menos donde estaba todo en la isla. Nos condujo a una cabaña, que al parecer era la Cabaña del Eterno Descanso, una cabaña pequeña pero acogedora, con una chimenea, comida y agua. Nos aseamos como pudimos y nos dormimos. Por la mañana, sin la más mínima gana de abandonar aquel lugar, lo inspeccionamos para retrasar nuestra partida al siguiente punto del mapa. Y allí encontré, en una hendidura en la pared, una nota en pergamino. Rezaba así: ‘¡Felicidades! Has llegado muy lejos. Ya queda menos. El tesoro está escondido en el Ídolo Durmiente, pero para conseguir la llave has de pasar por la Hoguera de las Brujas, donde dicen que aún están los espíritus de aquellas que fueron quemadas’. Les enseñé la nota a los demás y decidimos ir. La Hoguera de las Brujas Quemadas estaba bastante cerca, y cuando llegamos, escuchamos unas risas. Encontramos una oquedad en una pared tras la pira llameante, y dentro estaba la llave. José y yo nos volvimos con una sonrisa triunfante para mirar a los demás, pero solamente había esqueletos donde momentos antes estaban ellos. Las risas comenzaron a sonar más fuerte, y nosotros huimos. Agotados, llegamos al fin a la estatua del Ídolo Durmiente. Tenía una gigantesca boca abierta. Nos metimos dentro, ya nos daba igual que se cerrara de golpe y no pudiéramos salir, queríamos el tesoro de una vez. Por suerte, la boca no se cerró. Caminamos un poco y llegamos a una enorme gruta bajo tierra. Dentro había oro, plata y gemas para asegurarnos una vida increíble a ambos. Cogimos todo lo que pudimos.

-Sería bonito estar en casa, ¿no te parece?

Él asintió. Y entonces todo empezó a brillar, y aparecimos los dos en casa, con el tesoro, y como nos dijo el capitán, una bonita historia que contar.

Juana Hernández Vázquez 
2ºESO D

No hay comentarios:

Publicar un comentario