Relatos 11-M

Monumento víctimas del 11-M (Madrid)

En un ejercicio de escritura creativa, los alumnos de 4º C y D convirtieron un fragmento de la sentencia judicial del 11-M en motivación y punto de partida para escribir un microrrelato.

La historia se da la mano, una vez más, con la literatura, que sirve de espejo a algunos de los personajes anónimos que protagonizaron, de una o de otra manera, lo ocurrido esa mañana. 

Persecución 

Los policías lo habían encontrado. Decidió dejar la bolsa de basura cerca del contenedor y salió corriendo. Pudo ver claramente cómo uno de los agentes se percataba de su movimiento y corría hacia él. Nunca había corrido tanto, sabía que si le alcanzaban sería su fin. Giró a la izquierda y se dirigió rápidamente a la plaza en un intento desesperado de perder de vista a su perseguidor. En esa hora del día la plaza estaba llena de vida, muchas personas paseaban tranquilamente con sus familias, otras se encontraban en las terrazas de los bares, disfrutando de su bebida mientras hablaban entre ellos. Arturo los envidiaba, pero no podía permitirse el lujo de distraerse. Giró la cabeza y descubrió que el policía se había marchado; sin embargo, sabía que no se rendirían y que seguirían buscándolo, tuvo un escalofrío al pensar en lo que pasaría si lograban encontrarle. Paseó su mirada por la plaza buscando un lugar donde esconderse o una cara conocida que pudiera ayudarle. No tardó en encontrar un buen refugio, un edificio aparentemente abandonado. Pasó allí unos días. Era consciente de que no podía regresar a su casa a recoger sus pertenencias y sintió una profunda tristeza. Esa había sido su casa durante solo un año, pero había pasado muchos buenos momentos allí. Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que alguien se encontraba detrás de él. Lo habían encontrado. 

María Figuero Casas (4ºC)

 

Huida antes del Fin

Mis compañeros y yo hemos terminado de comer. La casa está desordenada, la cocina está llena de vajilla sucia, sartenes y cazuelas apiladas en el fregadero. Empiezo a recoger los restos de comida, botellas, latas, etc. Y decido bajar a tirar todo al contenedor.

Cuando salgo del portal veo poca gente por la calle, pero me alarmo cuando veo dos coches patrulla encima de la acera. Mientras los agentes se bajan de los Z, yo dejo la bolsa de basura en el suelo y, como sé que van a por mí, me pongo a correr hacia las vías del tren porque esa zona la conozco bien y tengo posibilidad de despistar a los agentes.

Ellos se acercan y gritan que me detenga. Yo, aprovechando que pasa un tren, paso por delante de él unos segundos antes y así consigo seguir corriendo y que los policías se queden al otro lado de la vía.

Mientras busco un escondite, pienso que haber dejado la basura allí ha sido un error porque ellos podrán sacar pruebas para inculparme. También pienso en mis compañeros, los estarán deteniendo en este momento.

Esto es el final, seguro que acabaré muerto o en la cárcel.

  Guillermo Santos Santa Daría (4ºC)

 

11 M

11 de marzo del 2004

7:10 de la mañana y, a pesar de tener tanto sueño que sería capaz de dormirme en una cama de clavos, no puedo posponer más el despertador o llegaré tarde a trabajar.

La mañana empieza siendo un reto en el que tengo que asearme, vestirme y desayunar en tiempo récord para llegar a la estación de tren a y media. Una vez allí decido empezar antes la jornada, cuando descuelgo la llamada entrante de mi jefe, el cual se propone no dejarme respirar ni fuera de la oficina. He de admitir que pierdo el hilo de la conversación cuando me dispongo a mirar cuánto falta para que llegue mi tren.

Suspiro cuando veo que son las 7:40, solo cinco minutos más para que un cúmulo de gente decida comportarse como animales salvajes con el único propósito de entrar al tren.

De repente todo se silencia. Primero viene el pitido, luego el dolor y cuando me quiero dar cuenta he volado por los aires y me he golpeado la cabeza contra una viga. El teléfono se ha caído, pero no me importa, estoy tan mareado que ni siquiera presto atención a los gritos de la gente, que me darían dolor de cabeza en otra situación.

No sé cuánto tiempo pasa, lo último que oigo antes de perder la conciencia son las sirenas de la ambulancia.

 María García Ullán (4ºD)

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