Gollum
Descripción de
GOLLUM
La criatura
frágil y huesuda que se agazapaba en el estanque pronto se percató de nosotros.
Se acercó curiosa a pedirnos algo, quién sabe qué, y pude entonces fijarme en
sus rasgos. De semblante deforme y facciones horrendas, su cara arqueada suplicaba
un trozo de pan, con la frente arrugada y calva. Su cabello era casi
inexistente, como unos hilos enredados que se arrastraban por su sucia piel,
pegados a ella por el sudor y la mugre. No tenía cejas, mas sí unos bultos
encima de los ojos que se movían al ritmo de sus expresiones. Hablando de los
ojos; qué enormes cuencas engullían esas bolas de cristal de iris claro y
mirada perturbada. ¿Eran las pupilas dilatadas por la oscuridad del pantano las
que me dieron el impulso de tener algo de compasión por aquel bicho inmundo?
Probablemente. No podía haber otra forma de explicarlo. Su caminar era rápido,
pero se arrastraba hacia nosotros de una manera inquietante y al rogarnos
parecía casi como si vomitase las palabras. “Gollulg gullom gollumm” escupía
por la boca. Trataba de hablar, pero claramente le era imposible, por su
garganta o por su intelectualidad de infante. La boca por tanto era un aparato
que usaba tan solo para engullir y tragar, y poco más. Estaba cubierta de
porquería y más que labios, lo que la encuadraba parecían costras de herida.
Sus pequeños dientes negruzcos se escondían entre las encías y dejaban grandes
huecos, creando una sonrisa almenada. Los dientes hacían juego con una nariz
enana, peccata minuta, como un error
en su fisionomía. En contraste con su nariz, las orejas se abrían como los ojos
y parecían estar atentas a todo. Se movían de un lado a otro con cada sonido,
probablemente fuesen los reflejos de un ser que cazaba en un lugar tan oscuro,
que usaba su oído para encontrar su presa. Su cuerpo desnudo excepto por un
trapo viejo era esquelético y estaba tan descuidado como era de imaginar. Tenía
heridas en los brazos, las vértebras creando un puente de piedrecitas que
acababa en la nuca y la tez embarrada de la inmundicia en la que vivía. La vida
de animal había resultado en una postura propia. Su espalda se arqueaba para
que sus brazos llegaran al suelo y sus piernas se
mantenían extendidas tras él, solo flexionándose para descansar. Tras estar un
rato mirándolo, acabamos por parar nuestros caballos para alimentar al que
acabamos llamando Gollum por los sonidos que gargajeaba su gaznate lleno de
pan. Nos lo agradeció con una especie de baile nervioso, corriendo de un lado
al otro, y se despidió con un grito de júbilo. Pobre individuo.
Kai Alexander Martín
3º ESO B
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