El
nudo o conflicto de esta novela es un mal que aqueja a don Manuel, y es que, de
forma paradójica, aun siendo un sacerdote ordenado, no cree en Dios. Solo le
desvela esto a Lázaro, con quien consigue mantener un fuerte lazo personal con
el tiempo. Gracias a estas conversaciones sabemos que el cura ha mantenido el
secreto por el bien de su comunidad y que ha hecho un gran esfuerzo durante
años para no ceder ante la sensación de que les estaba mintiendo a sus
feligreses.
De
la historia de don Manuel podemos extraer dos reflexiones:
La voluntad de don Manuel
“Doblepensar” significa el poder de mantener dos creencias
contradictorias en la mente simultáneamente, y aceptar ambas.
Este ejercicio de estoicismo hizo que me acordara también de mis lecturas sobre el emperador filósofo Marco Aurelio. En el caso de don Manuel, la tempestad que tuvo que aguantar fue la de sus adentros, provocada por la contradicción entre ser ateo y ser un sacerdote aparentemente creyente.
Meditationes, Librum IV;XLIX. M. Aurelio
La voluntad del pueblo
Además
del carácter del propio Manuel, me pareció interesante la apreciación que hace
acerca de la religión. Don Manuel ve todas las ceremonias y creencias católicas
como una simple forma de mantener la esperanza, de agradecer a alguien cuando
las cosas salen bien o de pedir ayuda a un ser protector cuando tenemos mala
suerte. Él opina que, si la gente dejase de creer, todo sería un completo caos
ya que la fe en Dios es lo que ayuda a las personas a seguir adelante.
En una parte de la nivola, Lázaro le pregunta a Manuel acerca de la reacción de la gente del pueblo si este les dijera que Dios no existe. Responde que, aunque podría generarse un sentimiento de depresión o decepción vital, lo más probable es que no le creerían, porque lo que todos ven en el sacerdote son sus actos y no sus palabras. Es tan querido por su pueblo precisamente porque no se limita a leer versículos de la Biblia, sino que pone en práctica las enseñanzas de Jesús. Esto es también una costumbre típicamente estoica muy recalcada por Zenón de Citio, padre de esta corriente filosófica helenística, cuya doctrina se basa en la conducta lacónica (hacer mucho y hablar poco) y en el respeto por la Naturaleza, por el medio y por el prójimo.
Hay
individuos que cuando hacen un favor a su prójimo se apresuran a echárselo en
cara. Algunos no llegan a este extremo; pero en su fuero interno consideran a
su favorecido como un deudor, y siempre tienen presente el servicio que le han
hecho. Otros, en fin, ignoran al parecer hasta el favor que han podido prestar,
del mismo modo que la viña no exige nada por haber llevado la uva y se halla,
por el contrario, muy satisfecha de haber producido el fruto que le
correspondía; como el caballo que ha dado una carrera, como el perro que ha
levantado la caza, como las abejas que han elaborado la miel. El verdadero
bienhechor no reclama nada, sino que se prepara a otra buena acción.
Meditationes, Librum V;VI. M. Aurelio
Los elementos simbólicos
Mientras
leía la novela advertí que algunos nombres y lugares podían tener ciertos
simbolismos, aunque podrían ser perfectamente invenciones mías. Lo primero que
pensé fue que Manuel es un nombre hebreo, y que, según el Evangelio de san
Mateo, el ángel que visitó a José le dijo que el nombre de Cristo sería Manuel.
Es curioso porque Manuel significa, casualmente, “Dios con nosotros”. Es
posible que Unamuno eligiera el nombre de Manuel por este motivo.
También
Lázaro es un nombre ligado no solo a la Biblia, sino a la persona de Cristo.
Las Sagradas Escrituras dicen que Jesús revivió a Lázaro, convirtiéndose este
en uno de los milagros más famosos del profeta. De igual manera, en la novela
se dice expresamente que la gente de Valverde de Lucerna consideró un milagro
que don Manuel lograse que Lázaro entrara a misa. De la misma forma que Cristo
también le devolvió la vida o la esperanza de vivir cuando consiguió que
creyera nuevamente.
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