¿Qué es ser bueno? ¿Qué
es ser malo? Y lo más importante, ¿quién decide qué personas reciben estas
etiquetas? Cuando pensamos en una historia de buenos y de malos, muchos de
nosotros nos imaginamos al clásico héroe medieval que tiene que luchar por
salvar aquello que ama de las manos de un ser malvado. Así, los roles quedan
establecidos. El héroe es aquel que se puede identificar con la mayoría de los
espectadores, que simboliza lo que ellos querrían llegar a ser. ¿Y el malo...? Si
le preguntas a un cristiano, te dirá que es aquel que no cumple con las
enseñanzas de Dios. Si le preguntas a un político, te dirá que es aquel que
busca el bien personal por encima del bien común. Si le preguntas a un
profesor, te dirá que es aquel que busca robotizar a un niño con pensamientos
industrializados. Le preguntes a quien le preguntes, la respuesta será siempre
tan diferente como el número de personas a las que previamente hayas consultado.
Por eso, yo me pregunto
cómo se crea un arquetipo de personaje malvado, que todo el mundo asuma y entienda
como antagonista en una obra literaria. La respuesta viene sola. ¿Qué es
aquello que cualquiera puede considerar malvado? ¿Una persona que te quita el
puesto de trabajo? ¿Un hombre que roba en un supermercado? ¿Una mujer que cruza
la frontera con cien gramos de droga? Para
crear un antagonista, no es necesario ahondar en su trasfondo moral,
psicológico o humano, sino en sus acciones, propias de un ser perverso. Es
decir, en los prejuicios, grabados a fuego en la sociedad. José Luis Alonso de
Santos se da cuenta de esta realidad y aprovecha el periodo de transición tras
la muerte de Franco para indagar en el verdadero significado de esta palabra. Propone
como protagonistas de Bajarse al moro
a unos traficantes de droga, que viven escondiéndose de la policía. Con un topo,
incluso, dentro del cuartel que les avisa en caso de que haya una redada. Unos
prototipos perfectos para ser más bien antagonistas. Y sin embargo, son ellos
los que entregan a la persona que aman a otro sin siquiera intentar impedir
esta relación. Son ellos los que son atrapados por la policía por ofrecerle
droga a un desconocido de forma altruista. Son ellos los que, durante toda la
historia, son presentados como sufridores y no como los malos.
En
esencia, no se me ocurre mejor forma de mostrar el mundo real que como lo hace Alonso
de Santos. Con esta obra, nos muestra cómo el hombre que “nos quita” el puesto
de trabajo puede necesitarlo más que nosotros. Nos muestra cómo el hombre que
roba en el supermercado puede necesitar esa comida para alimentar a su familia.
Nos muestra cómo la mujer que cruza la frontera con droga, puede no tener otra
forma de ganarse la vida, porque la misma sociedad que la juzga, o debería
decir prejuzga, no le otorga la oportunidad de cambiar de vida. De esta manera,
se nos abre la puerta a pensar que, tal vez, todas esas personas que miramos
por encima del hombro, que tratamos de forma despectiva, quizá no han escogido
vivir esa vida. Quizá si hubiesen tenido las mismas oportunidades que nosotros,
estarían trabajando en nuestra empresa, estudiando en nuestra escuela o de
fiesta, en nuestra discoteca. Este es el mensaje que Alonso de Santos envía y
este es el mensaje que yo he sacado en claro de esta historia. De forma que los
personajes que se presentan como un policía honrado y una chica inocente y
honesta, son los que acaban destrozando las vidas y los corazones de los otros
dos protagonistas. Los supuestos “buenos” son ahora mostrados como unos seres
egoístas que sólo buscan su propio beneficio. Lo más irónico de todo es que la
obra acaba con Chusa y Jaimito pensando que ellos son los malos y con Alberto y
Helena pensando que son los buenos. Así pues, no puedo evitar que se me venga a
la memoria una frase de Arturo Pérez Reverte: “Con el malo puedes negociar. El
malo hace su papel en la vida, te mantiene alerta, en forma. Al malo le matas y
entiende que le mates porque es malo. Pero al imbécil le matas y encima te
pregunta: ¿Por qué me matas?” El imbécil no es consciente de sus acciones. No
puede ser considerado malo porque él mismo no es consciente de que lo es. En
esta historia, los clásicos malos son mostrados como buenas personas; y los
clásicos buenos son mostrados como personas egoístas. Pero, al fin y al cabo, ¿lo
que hacen no es buscar su propia felicidad? La única conclusión que se me ocurre
es que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos; y un libro nunca
debe ser juzgado por su portada.
Raúl Juan García
2º Bach. C
2º Bach. C
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