Bajarse al moro

Bajarse al moro, Alonso de Santos,
Editorial Anaya

¿Qué es ser bueno? ¿Qué es ser malo? Y lo más importante, ¿quién decide qué personas reciben estas etiquetas? Cuando pensamos en una historia de buenos y de malos, muchos de nosotros nos imaginamos al clásico héroe medieval que tiene que luchar por salvar aquello que ama de las manos de un ser malvado. Así, los roles quedan establecidos. El héroe es aquel que se puede identificar con la mayoría de los espectadores, que simboliza lo que ellos querrían llegar a ser. ¿Y el malo...? Si le preguntas a un cristiano, te dirá que es aquel que no cumple con las enseñanzas de Dios. Si le preguntas a un político, te dirá que es aquel que busca el bien personal por encima del bien común. Si le preguntas a un profesor, te dirá que es aquel que busca robotizar a un niño con pensamientos industrializados. Le preguntes a quien le preguntes, la respuesta será siempre tan diferente como el número de personas a las que previamente hayas consultado.
Por eso, yo me pregunto cómo se crea un arquetipo de personaje malvado, que todo el mundo asuma y entienda como antagonista en una obra literaria. La respuesta viene sola. ¿Qué es aquello que cualquiera puede considerar malvado? ¿Una persona que te quita el puesto de trabajo? ¿Un hombre que roba en un supermercado? ¿Una mujer que cruza la frontera con cien gramos de droga? Para crear un antagonista, no es necesario ahondar en su trasfondo moral, psicológico o humano, sino en sus acciones, propias de un ser perverso. Es decir, en los prejuicios, grabados a fuego en la sociedad. José Luis Alonso de Santos se da cuenta de esta realidad y aprovecha el periodo de transición tras la muerte de Franco para indagar en el verdadero significado de esta palabra. Propone como protagonistas de Bajarse al moro a unos traficantes de droga, que viven escondiéndose de la policía. Con un topo, incluso, dentro del cuartel que les avisa en caso de que haya una redada. Unos prototipos perfectos para ser más bien antagonistas. Y sin embargo, son ellos los que entregan a la persona que aman a otro sin siquiera intentar impedir esta relación. Son ellos los que son atrapados por la policía por ofrecerle droga a un desconocido de forma altruista. Son ellos los que, durante toda la historia, son presentados como sufridores y no como los malos.
En esencia, no se me ocurre mejor forma de mostrar el mundo real que como lo hace Alonso de Santos. Con esta obra, nos muestra cómo el hombre que “nos quita” el puesto de trabajo puede necesitarlo más que nosotros. Nos muestra cómo el hombre que roba en el supermercado puede necesitar esa comida para alimentar a su familia. Nos muestra cómo la mujer que cruza la frontera con droga, puede no tener otra forma de ganarse la vida, porque la misma sociedad que la juzga, o debería decir prejuzga, no le otorga la oportunidad de cambiar de vida. De esta manera, se nos abre la puerta a pensar que, tal vez, todas esas personas que miramos por encima del hombro, que tratamos de forma despectiva, quizá no han escogido vivir esa vida. Quizá si hubiesen tenido las mismas oportunidades que nosotros, estarían trabajando en nuestra empresa, estudiando en nuestra escuela o de fiesta, en nuestra discoteca. Este es el mensaje que Alonso de Santos envía y este es el mensaje que yo he sacado en claro de esta historia. De forma que los personajes que se presentan como un policía honrado y una chica inocente y honesta, son los que acaban destrozando las vidas y los corazones de los otros dos protagonistas. Los supuestos “buenos” son ahora mostrados como unos seres egoístas que sólo buscan su propio beneficio. Lo más irónico de todo es que la obra acaba con Chusa y Jaimito pensando que ellos son los malos y con Alberto y Helena pensando que son los buenos. Así pues, no puedo evitar que se me venga a la memoria una frase de Arturo Pérez Reverte: “Con el malo puedes negociar. El malo hace su papel en la vida, te mantiene alerta, en forma. Al malo le matas y entiende que le mates porque es malo. Pero al imbécil le matas y encima te pregunta: ¿Por qué me matas?” El imbécil no es consciente de sus acciones. No puede ser considerado malo porque él mismo no es consciente de que lo es. En esta historia, los clásicos malos son mostrados como buenas personas; y los clásicos buenos son mostrados como personas egoístas. Pero, al fin y al cabo, ¿lo que hacen no es buscar su propia felicidad? La única conclusión que se me ocurre es que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos; y un libro nunca debe ser juzgado por su portada.

Raúl Juan García
2º Bach. C

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