El héroe discreto


El héroe discreto. Mario Vargas Llosa. Editorial Alfaguara. Madrid, 2013


El pasado mes de septiembre, se publicó esta novela, la última que ha escrito Mario Vargas Llosa y con la que vuelve a la ficción en su sentido más estricto tras El sueño del celta, obra que podemos catalogar como una novela-reportaje.
La estructura narrativa de El héroe discreto se basa en dos secuencias de hechos paralelas, que confluyen casi al final, y cuya narración se va alternando a lo largo de ella.
En una, se cuentan los episodios protagonizados por el humilde y esforzado propietario de una empresa de transportes de la ciudad de Piura, don Félicito Yanaqué, que es extorsionado por su hijo Miguel –sobre cuya filiación, Félicito albergó siempre muchas dudas- con la colaboración de la amante de ambos. La entereza moral de don Félicito para no ceder a las pretensiones del chantajista se sustenta en este consejo que le dio su padre antes de morir: “Nunca te dejes pisotear por nadie”.
En la otra, el octogenario don Ismael Carrera, viudo rico y distinguido de Lima, dueño de una compañía de seguros, toma la decisión de casarse con su sirvienta para vengarse de las “hienas”: sus hijos mellizos Miki y Escobita, un par de golfos desalmados que esperan ansiosos la muerte de su padre para heredar todos los bienes, pero a los que él, conocedor de esas ansías, dejará medio desheredados.
La confluencia entre ambas secuencias se produce a partir del capítulo XV cuando Armida, la nueva esposa de don Ismael, que ha quedado viuda al morir repentinamente este, se refugia por temor a las “hienas” en casa de su hermana y de Felícito, su cuñado.
Don Felícito y don Ismael, se enfrentarán a esos asuntos que los acucian con las armas de sus firmes convicciones y de su voluntad férrea, y con ellas, como dos héroes discretos, se impondrán a la vileza que los rodea.
Vargas Llosa va introduciendo otros personajes en la acción de ambas secuencias y mezclando sus historias con los sucesos principales, con los que algunas no guardan relación: la de la santera Adelaida, la del sargento Lituma, la de los inconquistables, la del padre O’ Donovan, la del pulpero Qi Gong, la de Fonchito y Edilberto Torrers, entre otras. La de más enjundia de todas es la de estos dos últimos, cuya relación queda en la más absoluta ambigüedad al final de la novela, pues no sabemos si Edilberto Torres existe de verdad o solo, en la mente de Fonchito y si este es un visionario  o un cínico que les toma el pelo a su padre y a su madrastra.
Además, intercala en la narración bastantes comentarios y pasajes de carácter culturalista: sobre la Biblia, sobre la pintora polaca Tamara de Lempicka y sus cuadros, y sobre la “Oda a Salinas” de Fray Luis de León; y, múltiples referencias a escritores, a pintores y a obras literarias, pictóricas y musicales.
Incluye también pasajes de carácter crítico, algunos bastante acerbos sobre la prensa o sobre las costumbres y los vicios de los jóvenes limeños de buena familia; otros más suaves, como el que dedica al puritanismo sexual de la religión católica; o de un enorme pesimismo, como aquel en el que constata que la creación de islas o fortines de cultura “invulnerables a la barbarie del entorno” no funciona. Así como algunas reflexiones interesantes sobre el ateísmo y el agnosticismo, y sobre la libertad y el mal.
A ello se suma la narración de alguna leyenda tradicional de Perú: la de la imagen del Señor Cautivo de la iglesia de Ayabaca, o la alusión crítica a algunas supersticiones peruanas enraizadas en la población, por ejemplo: la del poder de curación de los brujos de Las Huaringas de Huancabamba, y la de las rezadoras, las santeras y las despenadoras de Piura.
Todo este contenido, bien aderezado con algunos momentos humorísticos y con otros intensamente eróticos, compone una trama perfectamente tejida por la maestría con la que Vargas Llosa domina una depurada técnica narrativa, en la que destacan la presencia de un narrador en tercera persona omnisciente; la mezcla frecuente de dos o tres diálogos diferentes sobre el mismo asunto; la introducción de cartas y de notas publicadas en los periódicos; la repetición de la narración de unos mismos hechos en distintos momentos y por diferentes personajes como ocurre en la vida real; y el empleo del estilo indirecto libre y el de la muletilla interjectiva “che guá”, tan típica de Piura, con la que caracteriza el habla de los personajes de esta ciudad.
La presencia aquí de varios personajes de novelas anteriores (el sargento Lituma, don Rigoberto, doña Lucrecia y Fonchito) y la referencia a elementos narrativos que fueron centrales en otras novelas de Vargas Llosa, como la que hace a la Casa Verde, famoso prostíbulo que inmortalizó en la novela del mismo título, y a lugares como Piura que son habituales en sus narraciones, contribuyen a la creación de un universo narrativo autónomo que adquiere ya ribetes míticos.
La combinación de todos estos ingredientes y la matizada caracterización de los personajes dan como resultado una novela equilibrada, de lectura fácil y amena que seguramente deleitará a la mayoría de los lectores.

Eleuterio Bejarano Bueno

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