Recoges
tus cosas, mirando de vez en cuando a través de la ventana de tu habitación.
¿Cómo había podido cambiar tanto el mundo? La imagen de las personas más
separadas que nunca se proyectaba frente a ti, gente caminando con miedo por
las calles, con temor a sufrir aquel mal que acechaba a la humanidad. Tus
abuelos te llaman desde la planta baja de la que pasará a ser tu antigua casa.
Hace unos meses no podrías haberte imaginado dejando la ciudad, pero ahí
estabas, a punto de dejar atrás la vida a la que estabas acostumbrado. Pero no
estaba en tu mano, y tampoco es que te quejaras por irte. Sabías que te vendría
bien un cambio total, alejarte de todo era lo mejor, el campo te renovaría como
persona.
Estabas
convencido de irte, ya que no tenías nada por lo que permanecer ahí. La muerte
de tus padres te había afectado mucho, y no pudiste rechazar la propuesta de
tus abuelos de irte con ellos. Viste en ello tanto una oportunidad como una
salvación. Bajaste por las escaleras, viendo por última vez la casa que te vio
crecer. La nostalgia te invadió, mas no el arrepentimiento por marcharte.
Sonreíste a tu familia, que te veía con ojos tristes. Habían pasado semanas
desde que aquello, y bien sabías que no sería fácil de superar. Subiste al
coche, acomodándote en el asiento trasero mientras te despedías de la ciudad
que alguna vez fue tu hogar. Echarías de menos a tus compañeros, tu escuela, pero no tanto como aquella
biblioteca llena de libros que hojeaste tantas veces y que te acompañó durante
tanto tiempo. Aun así, no volverías por nada de eso. Los recuerdos que
albergaban esos terrenos eran dolorosos para ti, y empezar de nuevo alejado de
la sociedad parecía ser lo más acertado.
Sin
embargo, mientras lo dejabas todo atrás, anhelaste que todo hubiese sido
diferente. Miraste a tu abuela, que descansaba en el asiento del acompañante.
Cuando eras pequeño ella solía contarte historias, mitos maravillosos. No
sabías bien por qué, pero aquella historia vino a tu mente: el chico de las
estrellas. Por alguna extraña razón, te sentiste como ese chico. Tu abuela te
relató ese cuento una noche estrellada, con el sonido de los grillos cantando
de fondo. La historia trataba de un chico sin esperanzas, perdido, extraviado
en un mundo lleno de extraños. Con todo, ese chico seguía sin perder su
sonrisa. Cada noche se tumbaba en un prado para admirar las estrellas,
depositando sus sueños en ellas, y la desaparición de una de esas estrellas
significaba para él que ya debía cumplir un deseo, por lo que siempre terminaba
tachando un elemento de su lista, listo para cumplirlo. Tu abuela te contó que
así fue como el pequeño chico pudo cumplir todos sus deseos, confiando en los
astros, que, aunque desaparecían por el día, siempre estaban ahí, pese a que no
se percibieran. Te sentiste como aquel chico, perdido, pero aún con una sonrisa
para no decepcionar a las personas a tu alrededor. Deseabas poder ser como él,
poder cumplir todas tus metas sin perder tu brillo.
Aún
no había oscurecido por completo, pero miraste hacia el cielo. La luna
comenzaba a verse, igual que algunas estrellas que apenas se percibían. Si
querías ser como el chico de las estrellas, tenías que empezar a confiar en ellas.
Te fijaste en una y la miraste fijamente. Ni siquiera pensaste en tu primer
deseo, simplemente apareció: que todo volviese a ser como antes. Sabías que eso
no dependía de ti, no podías parar una pandemia tú solo, ni tampoco revivir a
tus padres muertos por la enfermedad, pero sí podías plantar tu pequeña
semilla. Te propusiste intentar hacer todo lo posible, ser cuidadoso por ti,
por tus abuelos, familiares y por todos los amigos que dejabas atrás. Te
animaste pensando en que todo gran árbol comenzaba siendo una pequeña semilla.
Tu
segundo deseo lo depositaste en una estrella más pequeña, apenas visible al
lado de sus compañeras: comenzar a agradecer por lo más mínimo. En los últimos
meses percibiste más que nunca el egoísmo de las personas por obtenerlo todo,
nunca satisfechos con lo que tenían, fuera poco o mucho. Querías empezar a
sonreír por el simple hecho de tener una familia que te quisiese, una casa en
donde vivir, una vida saludable. A veces las personas se centraban tanto en
llegar a más que olvidaban por completo lo mucho que tenían, perdiéndolo a
costa de eso. No querías ser así, de ahí que ese fuese tu deseo.
Muchos
deseos llegaron a tu mente y depositaste uno en cada estrella, hasta que
llegaste a un punto en que ya no sabías qué pedir. ¿Qué más querías? ¿No era
eso suficiente?
Observaste
a tu alrededor. En el coche estabais tus abuelos y tú, además de tu hermano
pequeño, quien dormía después de un día agotador. Pensaste en él, y en lo mucho
que había madurado a su temprana edad. Peleabais mucho, pero siempre sería una
parte importante para ti. En esos últimos días os habíais apoyado mutuamente,
en silencio, simplemente estando juntos. Extrañabas verlo sonreír, quejarse por
no tener aquella consola recién lanzada al mercado o por algunas otras
idioteces. Extrañabas sentir su inocencia, su felicidad.
Tu
vista volvió a enfocarse en el cielo, listo para pedir tu último deseo:
felicidad. Querías volver a sentir aquel sentimiento que te hacía querer
sonreír todo el día. Deseabas que todo el mundo a tu alrededor recuperara
aquella felicidad que alguna vez tuvieron.
Mirando
al cielo, formulaste aquel último deseo, confiándole tus sueños a los astros,
convirtiéndote en el chico de las estrellas.
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