VÉRTIGO
Cuando me ofrecieron el trabajo, lo primero en lo que pensé fue en el vértigo, en la soledad. Pero, era un trabajo, ¿no?
Ahora, colgado treinta y dos pisos sobre
el resto de los mortales, todo tiene un color distinto. Los pájaros vuelan a mi
alrededor y el agobiante ruido de la ciudad se hace minúsculo en la distancia.
La música de Michael Jackson en la radio
me anima a bailar mientras limpio los cristales. En el piso veinte me pregunté
si me verían moverme desde dentro, pero ahora, sintiéndome Dios por encima de
las nubes, ha dejado de importarme.
Todo es maravilloso aquí arriba, hasta el
jabón tiene una textura diferente y el aire huele muy distinto; casi me
atrevería a decir que huele a aire y no a vapor de tubo de escape o a basura.
Creo haber acabado el tercero de cinco
cristales cuando la música deja de sonar.
Miro al radiocasete y … ¡no está! Me
froto los ojos y superviso cada rincón de la pequeña plataforma que me
sostiene. Cuando se me ocurre mirar hacia abajo y veo la radio cayendo, me
percato por primera vez de que la plataforma está inclinada.
¡Una de las cuerdas principales está a
punto de romperse!
Salto justo a tiempo a sujetarme a la
cuerda contraria cuando la primera se rompe.
El aire se vuelve pesado y el miedo me
invade por completo cuando el resto de mis utensilios de limpieza se despeñan
al vacío. Mi corazón late precipitadamente y mi respiración se acelera en unos
segundos de tenso silencio.
Poco a poco, la plataforma se inclina y
cierro los ojos pensando en despertarme de esta pesadilla.
Mis músculos, tensos y agarrotados, se
sujetan con fuerza a la cuerda de sujeción, mientras mis labios recitan todas
las oraciones que me sé.
Lentamente, e intentando sujetarme, abro
los ojos y comienzo a emitir un débil gemido de socorro mientras golpeo, con la
mayor fuerza que poseo en estos instantes, los cristales del rascacielos.
Cada segundo se me hace eterno y el
pensamiento de la horrible caída se hace presente en mi mente, cuando recibo
respuesta: golpes en los cristales y frases de calma. ¡Frases de calma! Me
empiezo a reír. ¡Frases de calma! Se ve que no son ellos los suspendidos
treinta y dos pisos.
Inesperadamente, la risa se torna en
llanto y la tensión relajada vuelve con renovadas fuerzas a mi cuerpo.
Siento mi corazón palpitar con fuerza
mientras se acelera, y en la desesperación total, me abrazo como un niño a la
cuerda cerrando los ojos y pensando en mis seres queridos y en la horrible
caída.
Tras una eternidad, oigo a los bomberos y
abro los ojos, pero al mirar hacia abajo, no puedo hacer más que volver a
cerrarlos mientras pido a Dios, a Alá, a Yahvé y a todos los dioses que un día
aprendí, que me permitan vivir y acaben con mi sufrimiento.
De repente, noto una mano en mi pecho,
pero no me muevo. Seguro que es la muerte que viene a llevarme al infierno.
Las manos me siguen rodeando cuando huelo
sudor.
Abro poco a poco los ojos y veo a varios
bomberos que me hablan. Comienzo a oírlos, sus consejos, sus palabras de calma,
mientras me intentan despegar de la cuerda.
Lentamente, relajo los músculos y me dejo
llevar, sintiéndome flácido y llorando desconsoladamente en la grúa del camión
de bomberos.
Al llegar abajo y siguiendo en posición
fetal, alguien me abraza.
Nunca había agradecido tanto el calor
humano.
Blanca Fernández Galán
4º ESO B
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