Que la realidad supera a la ficción es
un tópico y un clásico en nuestra literatura (y en la literatura, sin más). Ni
el Cid ni Celestina o Lázaro de Tormes existirían si la mirada de sus autores
no se hubiera detenido en su realidad más inmediata.
Salvando las distancias, algunos
alumnos han jugado a hacer de un hecho real, una noticia, un relato en el que
el amor, la magia, el dinero y la venganza se combinan para dar como resultado
una historia tan inverosímil como cierta. Para ello, han elegido las técnicas
narrativas que han considerado más apropiadas. Dos enfoques distintos y un
mismo argumento. Os deseamos una agradable y atenta lectura.
Conjuro
Lucía había estado tirando las cartas del
tarot, buscando respuestas a los requerimientos de sus clientes, recurriendo a
los signos del zodiaco y a los astros para poder leer el futuro. Ella sabía que
posiblemente no acertaría, pero era su manera de ganarse la vida. Era una mujer
decidida, seria en su trabajo y divertida con sus amigos, y, ante todo,
inteligente, embaucadora y con una manera de comunicar muy efectiva. De esta
manera hacía creer que lo que decía era totalmente verosímil.
La puerta de su hogar se tambaleaba.
Lucía se asustó, y con razón, porque de repente, un estruendo estremeció hasta
a las mascotas de sus vecinos. La vidente debió de predecir su futuro,
irónicamente, lo que no lograba acertar en su propio oficio pudo conseguirlo
con su propia experiencia. Decidió coger su teléfono móvil, correr hasta su
habitación y buscar un escondite. El lugar más apropiado según su criterio, y
por mucho que en las películas ella misma considerara que esconderse bajo la
cama era demasiado típico, lo hizo.
Por entre las sábanas caídas, un haz de
luz cruzaba la habitación. Las paredes eran del papel más fino de su localidad.
Y las ventanas, cubiertas de polvo y con sus huellas dactilares marcadas, nos
explicaban tanto el desorden de la habitación como el de la cabeza de la mujer.
La puerta cayó al suelo, levantando una
nube translúcida de tierra marrón, y según pudo ver, observó un grupo de
hombres vestidos de una manera muy poco común, como si llevaran planeando esto
desde hacía tiempo. Inmediatamente, marcó un número de teléfono y pudo llamar a
la Guardia Civil para alertar del allanamiento de morada, la invasión del lugar
que ella creía seguro. En ese momento, pudo escuchar una voz masculina que
decía que pagaría por el mal de amores. Ni siquiera pudo acabar de hablar
cuando uno de sus compañeros tapó sus labios para que el aire no pudiera salir.
Y otro de ellos dijo: “Cállate, la pitonisa esta puede estar escuchándote, y no
nos interesa.”
Por la cabeza de uno de los atracadores
no paraba de cruzar una historia antigua, con la que perdió el dinero que
quería recuperar. Y claro, la pitonisa que había pactado con él buscar una
solución a la mujer que no lo amaba, debía pagar. ¡Vaya casualidad, entramos
y no la encontramos en su casa, debería dejarse de tonterías y empezar a decir
la verdad, es una estafadora! Este hombre era José Luis, quien había
llevado un club de fútbol militante en una división menor en el país, fruto de
su carrera frustrada por sus problemas con lo que él quería llamar novias.
Su mente solo funcionaba de una manera,
y solo salían cuatro palabras: “Conjuro, flores, amor, fallido”. Una y otra
vez. Y para saber lo que ocurrió, José Luis debía remontarse tiempo atrás.
Mientras se acordaba, sudor frío corría por su frente, y no se sentía a gusto.
Meses previos a esta entrada furtiva,
José Luis pidió a la pitonisa un conjuro para que su mujer ideal se enamorara y
le correspondiese. La pitonisa aceptó, y contestó con una cantidad de dinero
muy alta. Se justificó diciendo que su trabajo era complicado y necesitaba una
concentración máxima para que esto diera sus frutos, que era como la
presidencia de su club, un solo fallo podría condenarle. Unos 165.000 euros
fueron pagados por el desafortunado hombre a la poderosa pitonisa. Dinero
que me llevo, y este pobre hombre pierde, pero es lo que tiene creer que una
simple agua puede curar el corazón. Pobre infeliz. Estaba claro que José no
se fiaba, pero era lo único que quedaba por intentar.
Lucía le recomendó sumergir unas flores
en agua durante cuarenta días y posteriormente untarse con ella. Esto llevaría
al éxito. “Que ilusión, ahora sí me querrá”, dijo José Luis. El dinero fue recaudado
y guardado en la humilde morada de la mujer.
Todo esto explica el motivo de su
entrada, pero no lo justifica. José Luis quería el dinero, porque, como era de
esperar, no había funcionado. Y junto a tres amigos, quería buscar la justicia
por su propia mano. Quizá era demasiado fuerte, o demasiado repentino, pero él
lo quería así.
Tanto pensar y divagar en sus
pensamientos hizo que ni se diera cuenta de la presencia de un hombre mayor. Cuando
recuperó su conciencia, el hombre comenzó a hablar: “Por favor, no nos haga
nada, no se lleve nada y no llamaremos a la policía, por favor, no debemos
ponernos nerviosos, mantengamos la calma, por favor, no quiero hacerles nada y
espero que ustedes no hagan nada contra mí, por favor.” Este hombre hizo que
ganaran tiempo.
Los atracadores arremetieron contra todo
y consiguieron robar todos los billetes que pudieron encontrar en el inmueble,
tratando de buscar venganza sin dañar a nadie. Muchos folios y cartas volaban
por el aire.
Con su botín, pensaron en salir por el
marco de la puerta. José Luis fue el primero en darse la vuelta, y con la
solapa de la chaqueta levantada, con un piloto rojo enfocando a la habitación,
pudo reflejar un traje verde con una pistola en la cadera.
Estos tres hombres, junto al que estaba
esperándoles en el coche en la carretera, fueron capturados a tiempo, y el
dinero pudo ser devuelto. Pero un juicio fue declarando contra ellos, y para
que ni se escaparan, los guardias se encargaron de llevarlos al juzgado.
El trayecto fue largo y José no se
sentía fatigado ni culpable. Así que, por la ventanilla del coche, se fijó en
el paisaje del pueblo cercano a Zaragoza. Las nubes grises cubrían casi por
completo el cielo azul, con un sol que estaba solapado por la condensación de
las gotitas de agua. Unos árboles con hojas a punto de caerse, y con montones
amarillentos en el suelo siendo recogidos por barrenderos marcaban el cambio de
estación. La carretera estaba mal asfaltada y el pavimento tenía algunas
baldosas rotas. Muchos niños jugaban en el parque público con un balón,
tirándoselo para derribar esas hojas al suelo. A lo lejos, en la falda de una
colina, se observaba una cueva oscura con varios nidos en los árboles que la
escondían. Y a unos pocos metros se veía un edificio alto y con oficinas, una
sala grande con varios asientos y un par de abogados esperando para defender a
los clientes.
Ya en el juicio, cada uno con su versión,
y Lucía pensando: “Yo solo quiero que me devuelvan lo mío y me paguen la puerta”.
Y con unos ladrones nerviosos y que no se daban cuenta de lo que habían hecho,
que defendían su verdad ante todo para reducir su condena. Algo que les
perjudicaba, porque podían testificar en su contra.
Incluso el hombre que estuvo esperando en
la puerta, que se mimetizó como un policía, defendía que eso no era verdad. Y
el juez, imponiendo justicia, les dijo lo que merecían. José Luis tenía que
pagar una multa de 1.440 euros y estar seis meses en prisión. Se pidió más
condena para ellos, pero por una extraña razón, se la redujeron. Lo mismo para
sus compañeros, pero en menor medida.
Lucía podía descansar tranquila y no
volver a recordar a ese expresidente corrupto y vengativo. Él, mientras tanto,
nunca se olvidaría de aquella mujer del agua y las flores que le hizo pasar
tanto tiempo en la sombra.
- - -
La
pitonisa y el presidente
Vega Barroso Sánchez
Tras volver del trabajo a mi casa muy tranquila, pensé en los
casos de hoy. Me llamaba la atención uno en concreto. Aquel hombre. El
presidente de ese club de fútbol. Empezaré por el principio.
Apareció por la puerta con aspecto desgarbado, ojeras y una
mirada que sugería desesperación y, sobre todo, locura; le resté importancia...
¿qué persona feliz y completamente normal acude a mí? Ninguna. Era alto, de
unos 45 o 50 años. Iba vestido con una camisa sudada por los nervios, unos
zapatos de ejecutivo y unos pantalones de traje. Llevaba la chaqueta en el brazo,
debía de estar acalorado. Le pedí que fuera a la sala de espera, a lo que me
respondió con un “vale” entonado con decepción. Entendí a la perfección que ese
hombre necesitaba ayuda. Se llamaba José Luis Laparra.
Intenté atenderlo lo más rápido posible. Era muy hablador,
pero amable. Pensé que estaría preocupado por algún familiar o una mala
situación económica. Pero no. Ese hombre quería hablarme de amor. ¿Qué tendrá
eso que a todos los vuelve locos? No lo sé, pero a mí me da de comer, así que
prefiero no cuestionármelo. Ese hombre estaba destrozado por el amor.
Lógicamente, quería conquistar a una mujer. Le pedí que me la describiera.
Le receté un baño diario de agua empapada previamente en
flores durante 40 días, para que la belleza de las flores se introdujera en su
alma y se hiciera alguien más puro y amable. Al ser las flores un elemento
relacionado con las mujeres le harían conectarse con su enamorada
espiritualmente, ya que la amaba. El baño le haría reflexionar y pensar en cómo
conquistar a la mujer. Después del baño debía frotarse el cuerpo con tierra de
un cementerio, para que las almas encerradas en ella informaran al organismo de
mi cliente sobre sus grandes amores en vida, y aprendiera inconscientemente a
amar.
Antes del pago, advertí al hombre que no siempre funcionaban
los tratamientos para el amor, ya que es el elemento más puro del universo y
nada ni nadie puede cambiar sus caprichos; en el amor todo está escrito en las
estrellas. Aun así, el hombre me pagó 165.000 euros en efectivo. ¡Las cosas que
se hacen por eso que llaman amor...!
Han pasado dos meses desde aquello. Aquel caso que me sorprendió,
pero al que no le di importancia. Debí dársela. Ese hombre estaba loco, pero no
solo de amor. Yo hice lo correcto; le dije que los conjuros de amor no siempre
funcionaban; aun así, él aceptó.
Escribo esto desde la comisaría.
Esta mañana yo estaba en mi casa. De repente, oí unos ruidos
y unas voces fuera. Sonó un tremendo golpe y logré averiguar que alguien había
derribado la puerta. Me quedé paralizada del miedo, pero reaccioné rápido y me
metí debajo de la cama. Eran varios. Oí que hablaban entre ellos. Así recuerdo
todo esto:
- ¿Dónde estás,
mentirosa?
- No estará en
casa
- ¿Cómo no va a
estarlo? La puerta no estaba cerrada con llave.
- Entonces debe
estar escondida... busquémosla.
- ¡Eh! Buscad el
dinero que le dolerá más eso que cualquier cosa que le hagamos.
Me quedé perpleja al descubrir que aquella era la voz de
Laparra, pero esta vez no sonaba con amabilidad, sino con ansia y odio. También
oí la voz de otros dos hombres a quien no pude identificar. De repente, también
oí la de una mujer.
-En eso tiene razón, ¿cómo puede jugar así con los
sentimientos de la gente? - dijo ella. Laparra siguió hablando. Al parecer era
el cabecilla del grupo. Tenía sentido. Era el único al que yo conocía. -Voy a
recuperar mi dinero y a coger alguna cosa que me pertenece por derecho al haber
sido víctima de los engaños de esta bruja satánica y ladrona... ¿DÓNDE ESTÁS?
Sal por las buenas y solo me llevaré lo que me pertenece. - De repente salió mi
padre alarmado por el ruido e intento calmar a esos delincuentes. Ellos ya
tenían 22.000 euros que me pertenecían. Yo aproveché para llamar a la guardia
civil.
Intenté meterme en la cabeza de Laparra para intentar hacerme
una idea de qué estaba pensando ese loco. Lo imaginé pensando:
--Mentirosa...
eres una mentirosa, sabías que no funcionaría, pero aun así me cobraste. Solo
te interesa el dinero, bruja avariciosa, solo querías mi dinero, no te
importaban mis sentimientos...-- así me imaginaba sus pensamientos infundidos
por la rabia y la frustración. Él no quiso hacer tratos conmigo sobre
devoluciones en caso de que el conjuro no funcionara a pesar de mis
advertencias.
Mientras mi padre los entretenía, sabiendo que yo estaría
escondida llamando a la policía, la Guardia Civil llegó y arrestó a Laparra, a
otros dos hombres, a la mujer y a un hombre que al parecer fue quien condujo el
vehículo hasta mi vivienda.
La policía me explicó que no debería tener tanto dinero en
efectivo guardado en casa; me ocurrirían cosas como esta.
Al parecer mi casa es fácil de robar. Tengo muchos ingresos
en mi trabajo, sin embargo, soy humilde y mi casa es modesta. La puerta era
endeble, por eso pudieron derribarla con tanta facilidad. Mi salón está repleto
de objetos que uso en mi trabajo, como barajas de cartas, cartas astrales,
hierbas...etcétera. Laparra quería robármelos para que no pudiera ejercer mi
trabajo.
Finalmente, los han condenado a prisión y a pagar una multa.
De momento, José Luis Laparra se ha quedado sin trabajo. Espero que no se le
ocurra hacer ninguna locura más, y menos por esa cosa a la que todo el mundo
llama amor.
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